Caminante son tus huellas el camino y nada más;
Caminante, no hay camino se hace camino al andar

Al andar se hace camino y al volver la vista atrás
Se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar
Caminante no hay camino sino estelas en la mar...

A. Machado

Sociedad de la Edad Media

 CULTURA RELIGIOSA Y ESPIRITUAL DE LA EDAD MEDIA


Tradicionalmente, el concepto de religiosidad medieval ha ido inseparable del concepto de Cristianismo, tal vez porque los estudios historiográficos se han centrado principalmente en la religiosidad medieval europea, la cual estuvo ligada plenamente a la Iglesia de Occidente.

Sin embargo, hay regiones de Europa donde no se dio una homogeneidad religiosa durante la Edad Media, como fue el caso de España, donde gran parte de su territorio estuvo bajo el dominio de la religión islámica, contando además, con una importante comunidad judía, lo cual dio lugar a lo que tradicionalmente ha sido denominado como “coexistencia de las tres religiones”, coexistencia que no siempre fue tolerante ni pacífica.

Pese a todo, es imposible hablar de Edad Media y de Cristianismo, de forma separada, pues la Edad Media fue la etapa histórica en la que la Iglesia alcanzó el culmen de su organización interna y desarrollo doctrinal y también fue en este período cuando se fundaron la mayor parte de las órdenes religiosas. Por todo ello, es en este momento cuando la Iglesia ejerció su mayor influencia política y social.

Los orígenes del poder alcanzado por la Iglesia, se encuentran en el siglo IV, cuando fue decretada como religión oficial del Imperio Romano y a la caída de éste, la estructura administrativa de la Iglesia se mantuvo, en parte como recuerdo del Imperio y como elemento unificador de los reinos bárbaros nacientes, que se habían convertido al cristianismo. Fue en el año 800, con la coronación de Carlomagno como emperador por el Papa, cuando se estableció el acuerdo entre el poder temporal y el espiritual, transformándose el emperador en el brazo defensivo de la Iglesia. Es en el plano político donde la Iglesia participó más activamente, sobre todo cuando surgió la disputa por la preponderancia del poder espiritual frente al terrenal (querella de las investiduras), enfrentándose ambos poderes y que desembocó en una reforma de la Iglesia, llevada a cabo por el Papa Gregorio VII, en el siglo XI.

Parte del poder político de la Iglesia y que influiría notablemente en el plano social, estaba relacionado con la instauración del régimen feudovasallático, consecuencia principal de la ferviente religiosidad, que afectaba tanto al más pobre como al más rico.

La muerte, condenarse en el fuego eterno, era uno de los mayores temores de la población medieval. La muerte estaba siempre presente, mediante guerras, epidemias, hambre, catástrofes naturales… y el temor a recibir el juicio divino en el Más Allá y a que el alma acabase purgando eternamente los pecados cometidos en vida, era una de las grandes preocupaciones de la sociedad. Por ello, muchos grandes señores y monarcas, fueron realizando donaciones a las parroquias y monasterios, con el objetivo de que los titulares de esos centros religiosos, orasen por su alma. Así fue como la Iglesia adquirió gran cantidad de tierras, las cuales eran trabajadas por campesinos, que pasaron a depender de los centros religiosos a los que estaban adscritos. De esta forma, la Iglesia se aseguró una enorme influencia en el plano político y social, pues la propia Iglesia fomentaba este temor a sufrir el castigo divino, mediante dos instrumentos: la excomunión, lo cual implicaba estar fuera del Cristianismo y por tanto, la condena del alma, y la Inquisición.

El papel de la Iglesia también fue importante desde un punto de vista cultural, pues en manos del clero, especialmente el regular (comunidad de monjes que vivía recluida en un monasterio), estaba la producción intelectual, sobre todo gracias a las traducciones y transcripciones, pues los clérigos eran prácticamente los únicos instruidos en las letras.
La vida monástica fue de gran importancia para el devenir de la cristiandad en la Edad Media. El monacato, en su vertiente céltica, había tenido gran importancia en los siglos VI y VII, pero fue la regla benedictina, llevada a cabo por San Benito de Nursia y que se basaba en el trabajo y la oración (ora et labora), la que puso los pilares del movimiento monástico esencial para la vida religiosa, cultural y política de la Edad Media.

Durante el período de reforma iniciado por Gregorio VII, nacieron dos órdenes religiosas de gran influencia en la cristiandad europea: la orden del Cluny y la del Císter. La orden de Cluny, creada gracias a los territorios concedidos por Guillermo III de Aquitania, dependía directamente de Roma, lo cual implicaba su independencia con respecto a cualquier poder laico. Los monasterios cluniacenses se habían ido extendiendo por toda Europa Occidental y era una nueva forma de entender la espiritualidad, pues su objetivo originario era el de volver a la regla benedictina, lo cual potenció el rezo por encima de cualquier otra actividad, lo que impidió un verdadero desarrollo intelectual, aunque no se le puede negar a Cluny su importante papel en la difusión del arte románico.

La orden de Cluny fue decisiva para consolidar la reforma gregoriana, gracias a su acción educadora sobre el estamento dirigente, a su vinculación directa con Roma, por la reforma llevada a cabo en sus monasterios y el papel de los intelectuales vinculados a la orden y por ser acérrimos contrincantes del nicolaísmo y la simonía, dos de los males achacados a la Iglesia. La orden del Cister también surgió como deseo de recuperar el cristianismo primitivo y devolver al monacato, la pureza que Cluny había perdido con su excesiva mundanización. Para lograrlo, restablecieron la regla benedictina, con un extraordinario rigorismo en todos los monasterios de la orden, que volvía a valorar positivamente el trabajo manual frente a los oficios divinos. El equilibrio entre oración, pobreza, lectura y trabajo, sólo podría llevarse a cabo en abierta oposición al mundo, por lo que los monasterios se establecieron en zonas alejadas de las ciudades y de las grandes rutas comerciales.

Cluny por su mundanización y el Cister por su alejamiento de la sociedad, así como los males tradicionalmente achacados a la jerarquía eclesiástica y el alejamiento de Roma, propiciaron que la sociedad se encontrase cada vez más alejada de esta forma de vida aparentemente religiosa y es por ello que en el siglo XII comenzaron a surgir las órdenes mendicantes, como los dominicos y los franciscanos.

Los mendicantes, a diferencia de los monjes, no estaban obligados a residir en un lugar fijo, por lo que iban por las ciudades, predicando y pidiendo limosna. Su modo de vida se basaba en la pobreza y austeridad, para así rememorar los sufrimientos padecidos por Cristo y esta actitud, unida a su vida en las ciudades, donde visitaban a las familias, pedían limosna, en definitiva, mediante la predicación con el ejemplo, les llevó estar en contacto con la sociedad. La orden franciscana atrajo a numerosas personas deseosas de seguir sus pasos, por lo que se convirtieron en la orden religiosa con mayor número de miembros. Los dominicos, que renunciaron a los bienes terrenales y propiciaron el conocimiento como forma de lograr las aspiraciones religiosas, habían nacido, en parte, por el deseo de Domingo de Guzmán de combatir la herejía.
Y es que la Edad Media también fue el momento en el que surgieron gran parte de movimientos calificados como heréticos, movimientos que en la mayoría de las ocasiones respondían a ese deseo de reforma de la Iglesia, tan presente, dentro y fuera de la misma. Muchos movimientos heréticos, tenían gran parte de contenido social, como ocurrió con el priscialismo, en el siglo IV, que se basaba en los ideales de austeridad y pobreza y condenaba la esclavitud y concedía gran libertad e importancia a la mujer; también las revueltas en la patria milanesa, rebelión popular contra la corrupción del clero y la revuelta comunal antipapal y antiaristocrática, dirigida por Arnaldo de Brescia.

En la Alta Edad Media, las herejías, tuvieron un carácter puramente doctrinal y a partir del año 1000, debido a las nuevas condiciones de vida, al temor al fin de los tiempos, al desarrollo de las ciudades y la centralización pontificia, se dio un clima favorable al surgimiento de nuevos movimientos heréticos, algunos con gran calado en las masas, como el milenarismo joaquinista, que proclamaba la llegada de la Era del Espíritu Santo, en la que el reino del amor de Dios llegaría a su plenitud y finalizaría la estructura jerárquica de la Iglesia. Otros, como el movimiento valdenses, regido por un principio de pobreza voluntaria.

Pero las que más repercusión tuvieron, fueron las herejías de cátaros y albigenses. La herejía cátara se extendió por todo el Mediodía francés y tuvo gran repercusión política, pues supuso un grave peligro para la unidad de la Iglesia. Los cátaros creía en un principio del bien y un principio del mal, abolieron los sacramentos y se organizaban en una iglesia aparte, en la que los fieles se dividían en perfectos (minoría de consejeros) y fieles (masa de creyentes). Dicha herejía se extendió con gran rapidez y tras proclamarse una cruzada dirigida por Simón de Monfort, la matanza de Beziers (1209) y la batalla de Muret (1213), erradicaron la herejía en la zona.

Fruto de este profundo espíritu cristiano, surgieron otras formas de religiosidad, como las Cruzadas y las peregrinaciones. Las Cruzadas, llevadas a cabo por instancia papal y con los grandes señores y monarcas feudales a la cabeza, tenían el objetivo de reconquistar los Santos Lugares de Palestina, que se encontraban en manos de los musulmanes. Así mismo, en muchas ocasiones, el espíritu cruzado respondía a un deseo del caballero implicado en la batalla, de expiar sus pecados.

Las peregrinaciones también fueron un fiel reflejo de la religiosidad medieval y el principal motivo por el cual se llevaron a cabo, era para redimir pecados, como búsqueda de una especie de intermediario con Dios, o para obtener alguna gracia o milagro del santo o mártir cuyos restos se veneraban en el lugar de peregrinaje, . Supusieron un acercamiento pacífico con la religiosidad y las vías de peregrinación más importantes de la época fueron Roma, Jerusalén y Santiago de Compostela.
El concepto de milenarismo esta inevitablemente asociado a la etapa medieval pese a sus primeras manifestaciones en la Antigüedad o sus pervivencias incluso hoy día en determinadas doctrinas religiosas. Fue en esta etapa cuando alcanzó su cenit y cuando la sociedad entera temía la inmediata llegada de lo anunciado en el Apocalipsis de San Juan. Pero no adelantemos acontecimientos, el milenarismo, como se ha denominado este fenómeno, es la creencia del reinado de Jesucristo sobre la Tierra durante mil años antes del Juicio Final, donde definitivamente serían vencidas las fuerzas del mal y los hombres buenos salvados para gozar del eterno Reino.

Esta creencia tuvo especialmente pujanza dentro de las sociedades históricas en tres momentos, en los albores de la Iglesia, en la Edad Media y entre el mundo protestante. Quizás, donde mayor fuerza demostró fue en la etapa medieval, dejándonos una importantísima muestra de ello en el arte románico, cuyo pilar principal, o al menos uno de ellos es esta concepción milenarista. Veamos algo más de la corriente milenarista extendida por Europa en esta época. El origen milenarista proviene de la antigüedad, de la tradición judía, tronco del que nace el cristianismo, es una concepción que va unida a la liberación del pueblo de Israel siempre bajo la presión u opresión de sus vecinos. Esta tradición sería transformada por el mundo cristiano en torno a su obra central, el Apocalipsis de San Juan. Según José Ignacio Ortega Cervigón, este concepto de mito milenarista partiría de dos ideas principales, la concepción de un mundo primitivo perfecto y la del eterno retorno y renovación cíclica de la realidad histórica. A ellas remitiría la idea de un Mesías que volviera a instaurar esta mítica realidad perfecta. En verdad, esto encaja con la dinámica milenarista de la Edad Media, la cual también hay que entenderla en su contexto. La Edad Media era una época de temor, la población vivía en la angustia de las crisis de subsistencia, las catástrofes naturales y las guerras continuas, quizás fuera esa la concepción de fin del mundo que tenía la población. Ese temor fácilmente puede llevar a la esperanza en un Mesías que restaurara un orden idílico primitivo, he aquí el campo abonado para el establecimiento de esta doctrina, basada como ya dijimos en el libro del Apocalipsis. Este hecho fue muy aprovechado por la Iglesia para el establecimiento de unos lazos de dependencia aún mayores pues el día del Juicio Final los pecadores serían condenados y el pecado sólo podía ser perdonado por la Iglesia. Es por ello que todo este sentimiento fue aumentando hasta el punto de ser una de las principales preocupaciones del mundo medieval. Se llegó a buscar la fecha que San Juan había dado para la segunda Venida de Jesucristo y se establecía en torno al año mil. Pero quizás el Apocalipsis era más metafórico o equivocado que la interpretación literal que se le dio y hoy día se pueden obtener algunas interpretaciones más lógicas y acordes con su sentido. En principio, toda doctrina religiosa o incluso filosófica tiene un final, de ahí la idea del fin del mundo del mundo cristiano, es una más dentro de tantas y en segundo lugar esa alarma primitiva procedente de una importante tradición judía fue poco a poco relativizada y suavizada con el tiempo por importantes personajes religiosos con el fin de pasar del estado de alarma y desasosiego a un estado de paz interior y tranquilidad. Por ello, el mito milenarista hoy día ha perdido mucha importancia y se encuentra relegado a un segundo plano.

Todas estas concepciones hicieron que en Europa en torno al año mil se produjera un sentimiento de angustia por la expiación de los pecados al que la Iglesia contestó con la implantación de la penitencia, a modo de ayunos, oración y peregrinaciones, sobre todo a los Santos Lugares, uno de ellos Santiago de Compostela.

Surgieron muchos movimientos de penitencia para la expiación de los pecados, órdenes nuevas dentro de la vida monasterial y urbana se fundan sobre el sacramento de la penitencia. Cualquier catástrofe natural o cambio en las estrellas del firmamento era interpretado por la población medieval como adelanto del Juicio, como castigo de Dios por los pecados cometidos. Este hecho desembocó en un importante peregrinar por toda Europa a los Santos Lugares con el fin de expiar las culpas. Y es eso lo que nos interesa a nosotros, el establecimiento de una doctrina a través de las imágenes con el fin de poder enseñar a la población peregrina todo lo que les esperaba en el Infierno si no cumplían con su deber, por ello, en todas las Iglesias que se hallan en la ruta del Camino de Santiago, por ejemplo, están repletas de lecciones de catequesis en los tímpanos y retablos. Eso debía estimular a los peregrinos a continuar el camino aterrándolos aún más. Son las representaciones de una gran muestra de bestiario y torturas que debían impresionar a la población.





Figura del apóstol Santiago

Sobre la figura de Santiago el Mayor o Zebedeo hay poca información a excepción de la aportada por los Evangelios o el libro de los Hechos que sí aportan algo en lo referente a su persona. Santiago nació en Galilea y era el hermano de Juan el “evangelista”, era llamado el Mayor para así diferenciarlo de otro Santiago, el Menor hermano del Señor. De oficio pescador abandonaría su profesión junto a su hermano Juan para seguir a Jesús, siendo uno de los primeros en hacerlo.

A Santiago se le fue asignado difundir la palabra del Señor en Hispania, pero su predicación no tuvo mucho éxito, en su vuelta a Jerusalén fue el primero en sufrir la persecución y el martirio romano.

Leyenda del apóstol
Muchas historias y leyendas destinadas a infundir valor a los guerreros que luchaban contra los avances del Al-Andalus y a los peregrinos que poco a poco iban trazando el Camino de Santiago. Las confusas narraciones de los primeros años de la cristiandad cuentan que fue a Santiago a quien le adjudicaron las tierras españolas para predicar el Evangelio, llegando con esta misión hasta la desembocadura del río Ulla. El apóstol Santiago tuvo poco éxito en su predicación, consiguiendo un escaso número de discípulos, por lo que decidió volver a Jerusalén.
Una vez allí, en el año 44, fue torturado y decapitado por Herodes Agripa, quien prohibió que el apóstol fuese enterrado. Según dice la leyenda, tras ser decapitado el Apóstol su cabeza no caería en la tierra sino que quedaría entre sus brazos, sin que nadie fuera capaz de arrancársela, hasta que sus discípulos recogieran su cuerpo durante la noche, trasladaron su cuerpo hasta la orilla del mar, donde encontraron una barca preparada para navegar sin tripulación. Allí depositaron en un sepulcro de mármol el cuerpo del apóstol que llegaría tras la travesía marítima, remontando el río Ulla hasta el puerto romano, en la costa Gallega, de Iria Flavia, la capital de la Galicia romana. Una vez llegaron a tierra, colocaron sus reliquias en un carro tirado por toros, que no se detendrían hasta llegar a un compostum o cementerio en el cercano bosque de Liberum Donum, donde levantaron un altar sobre el arca de mármol.
Fue prohibido visitar el lugar durante mucho tiempo, produciéndose grandes persecuciones, pero esta prohibición se olvidaría hasta que en el año 813 el eremita Pelayo observara resplandores y cánticos en el lugar, por esto el lugar se llamaría Campus Stellae o Campo de la Estrella, de donde derivaría al actual nombre de Compostela.
El eremita advirtió al obispo de Iria Flavia, quien hacia el 830 y después de apartar la maleza descubrió los restos del apóstol identificados por la inscripción en la lápida. Informado el Rey Alfonso II del hallazgo, acudió al lugar y proclamó al apóstol Santiago patrono del reino, edificando allí una Iglesia que más tarde llegaría a ser la Catedral. A partir de esta declaración oficial los milagros y apariciones se repetirían en el lugar, dando lugar a una leyenda que perduraría a lo largo de los tiempos.
A pesar de que su descubrimiento sería en el siglo IX ya casi medio siglo antes, un himno compuesto en tiempos del rey Mauregato (783-788), invocaba a Santiago como «cabeza refulgente de Hispania».
En el año 844 el rey de Asturias, Ramiro I se enfrentó contra los moros, y según se cuenta, el mismo apóstol se le apareció con su caballo blanco y con una espada en la mano, enfrentándose a los enemigos; desde entonces se le conoce como Santiago “Matamoros”. Con el paso de los siglos los reyes de Castilla, León y Navarra- principalmente- se encargaron de proteger a los peregrinos y a establecer grupos de protección para quienes fueran por la península y peregrinar hasta Compostela sin ser atacados. Aunque hubiera enfrentamientos entre los reinos cristianos de la península, los peregrinos de Santiago llegaban tarde o temprano. Así mismo se consideraba al camino de Santiago como uno de los caminos principales para la “Tierra Santa”, considerado junto a Roma o a Jerusalén uno de los lugares santos más importantes del cristianismo occidental

Peregrinación a Santiago de Compostela
Debido a la consolidación religiosa, política y social Santiago de Compostela se consolidaría como el foco principal de la peregrinación medieval de los herederos del Imperio romano de Occidente frente a su gemelo oriental, esto va a dar lugar a la creación de un nuevo sistema social marcado por la religión cristiana, y será el centro de un mundo en expansión.
Santiago en estos momentos era el centro de un país en formación insuficientemente cristianizado, por ello va a triunfar por sus diferencias y ventajas en relación con otros centros de peregrinaje, por su capacidad para satisfacer las necesidades de la nueva religiosidad, expresión a su vez de las necesidades de movilidad e interconexión, apertura y libertad, comercio y vida urbana, de la nueva sociedad feudal. Aunque estaba relacionado con órdenes militares y guerras de “Reconquista”, la peregrinación jacobea jamás dejará de ser un camino de paz, a diferencia de las peregrinaciones armadas para liberar la Tierra Santa durante los siglos XI – XIII.
Tampoco suscitaba los temores y rivalidades de la basílica de San Pedro. Las chancillerías peninsulares y europeas que favorecen el Camino jacobeo sabían que no estaban potenciando un poder político que les pudiese hacer sombra. El reino medieval de Galicia no tenía ni rey propio, lo que le permitió ser el centro religioso del Occidente medieval más atractivo para gentes peregrinas de todas las clases y nacionalidades. El itinerario jacobeo estuvo suficientemente alejado de la guerra y del poder terrenal, para que todos los europeos lo pudiesen imaginar y sentir como algo propio.

Podemos resumir en tres los factores que explican la idoneidad del Camino de Santiago:

§ Santiago el Mayor se adapta mejor que Pedro al ideal de vida apostólica, evangelización y predicación, que retorna con fuerza en el siglo XII, animando el culto a las reliquias de los apóstoles y primeros mártires. La peregrinación medieval es consecuencia y causa del renovado interés por el Nuevo Testamento, predicado por vez primera a las masas, del deseo de imitar la austeridad y pobreza material de los que acompañaron a Jesús en su peregrinación terrenal, en contraste con la inmovilidad veterotestamentaria y la Iglesia altomedieval de los patriarcas y los padres fundadores, que ponía en dejaba a un segundo plano el culto a Jesucristo, a la Virgen y a los santos apóstoles y los mártires más al alcance, por su naturaleza no divina, de los cristianos de base, que cambian en ese tiempo su onomástica para parecerse más a ellos y peregrinan masivamente a sus tumbas. El apóstol Santiago estaba entre los más admirados porque predicó en las tierras más inhóspitas. Santiago el Mayor fue, además de compañero de Jesús y propagador de su evangelio en el fin del mundo: el primero de los mártires cristianos.
§ El deseo colectivo de austeridad y pobreza evangélicas, se concreta en la peregrinatio: penitencia y ascesis, rigor y voluntad de superación que San Bernardo difunde decalificando al mundo como morada del diablo e empujando a los creyentes a expatriarse del mundo terrenal peregrinando a las ciudades santas, evangélicas y mártires. El Camino de Santiago era largo, difícil y plagado de riesgos, pero también soportable.
§ El Camino de Santiago conduce al peregrino al fin del mundo conocido. Eran muchos los peregrinos que, después de visitar la Catedral y abrazar al Apóstol, prolongaban unos kilómetros más su viaje iniciático para ver el mar en Finisterre. Los extranjeros que van abandonando por miles y miles su patria terrenal impulsados por su imaginario escatológico se encuentran así, donde la tierra se acaba, el lugar del mundo que más se asemeja a la patria celestial, dando por bien terminada la peregrinatio.

La creencia colectiva no sólo es el punto de partida de la peregrinación sino que también es la base de su desarrollo y de su decadencia posterior. Sin la gran cantidad de gente que peregrinaba hacia Santiago no se habría enarbolado en la guerra contra el Islam el estandarte de Santiago matamoros, tampoco hubiera habido un gran desarrollo urbano y comercial a lo largo del Camino: sin la religiosidad y la acción colectivas, no habría existido un sepulcro de Santiago en el apartado reino de Galicia, ni una red de caminos sagrados que recorrieran Europa para conducir a las gentes hacia su tumba.
La base religiosa y los componentes económicos, institucionales y políticos van a estar unidos. La creencia colectiva en la autenticidad de las reliquias compostelanas no deviene fuerza histórica por sí misma, si no es mezclada con el poder y con la economía, la sociedad y la cultura, etc.
La secular creencia jacobea se manifiesta y actúa históricamente: gracias a Teodomiro, obispo de Iria-Padrón, que aceptó el carácter apostólico del sepulcro romano encontrado hacia 820, gracias a los monarcas que concedieron privilegios a la Iglesia de Santiago, mejoraron las calzadas y otras infraestructuras, favorecieron con exenciones y otras medidas la urbanización y el comercio, la paz, la justicia y la seguridad en el largo Camino, gracias a la orden de Cluny que fomentó la peregrinación y a los Papas que concedieron indulgencias y años jubilares, por los movimientos organizados de peregrinos y los burgueses que dieron consistencia al itinerario religioso al trasmutarlo en vía comercial.